El TiemPo Y El OriGen DeL ReloJ

Por definición, el tiempo es la magnitud que permite ordenar los sucesos en secuencias, estableciendo un pasado, un presente y un futuro.




Desde épocas Remotas los hombres se vieron en la necesidad de medir el tiempo. Para hacerlo se fijó en primer lugar en el sol y para ello se utilizaron palos y columnas. Se trataba de elementos que, al incidir los rayos el sobre ellos, proyectaban sombra que variaba su longitud, interceptando con marcas o curvas marcadas en el suelo. Se tiene noticias de los relojes de sol desde hace 3500 años.
Los relojes de arena aparecieron cuando el hombre consiguió fabricar dos botellas de cristal perfectamente iguales.
En el siglo XIV aparecieron los primeros relojes de torre. Los primeros lugares donde fueron instalados fueron en catedrales de Inglaterra y Francia. Posteriormente vinieron los de los edificios públicos e iglesias.
En 1483 se constituyó en Francia el primer gremio de relojeros.

Hoy día no podemos imaginarnos la vida sin un reloj que nos indique el paso del tiempo. Pero la difusión de éste instrumento, que conoció un gran desarrollo tecnológico en los siglos XVII y XVIII, no tomó carta de naturaleza hasta el siglo XIX. La transición de los relojes solares a los mecánicos tuvo lugar hacia el año 1000. Algunos historiadores lo fijan en el 1086, cuando se construyó en China el reloj astronómico de Su-Sung, dotado de un mecanismo que obtenía la energía de funcionamiento del agua contenida en unos depósitos que, al vaciarse, accionaban las ruedas del mecanismo.
Hubo de esperar al siglo XVI para ver crecer la demanda de relojes y, sobre todo, la reducción de sus dimensiones gracias a la invención del muelle, que sustituyó a las pesas que proporcionaban la energía de los relojes de torre. Nacieron así los relojes de sobremesa o repisa, con diferentes estéticas, pero todos ellos con la nueva mecánica, cuya energía se activa tensando el muelle con una llave.
Los años cuarenta son especialmente importantes para los relojes de pulsera, tanto desde el punto de vista estético, que da preferencia a los relojes elegantes y principalmente, cada vez más ligeros, como por la difusión de algunas complicaciones como el cronógrafo con escalas especiales, los calendarios, los automáticos o los despertadores.

El hombre primitivo obtenía toda la información que necesitaba sobre el tiempo de los ciclos naturales, del día y de la noche, verano e invierno. La experiencia le decía cuando debía sembrar y cuando recoger las cosechas. Las antiguas civilizaciones de Mesopotamia y Egipto necesitaban una medida más exacta del tiempo, porque los sacerdotes debían prever acontecimientos como eclipses y crecidas de los ríos. Los astrónomos de Babilonia fueron los primeros en dividir el día en 24 horas iguales, hacia el año 3000 antes de nuestra era. Los sacerdotes babilónicos dividieron las horas en 60 minutos.
Cuando en el siglo XIII se construyeron en Europa los primeros relojes mecánicos, el método que se adoptó fue el de los babilonios o sea: divisiones regulares a lo largo de las 24 horas.
Los primeros relojes mecánicos se hicieron para hacer sonar las campanas cada hora. Se construyeron para que los monjes supieran cuando debían iniciar sus prácticas piadosas.
Hacia 1344 había un reloj público en el Palacio Carrace de Padua, en Italia, que podía ser visto por los transeúntes. Este reloj y otros semejantes, introdujeron un elemento nuevo en la vida diaria del hombre: el concepto del TIEMPO. El reloj le indicaba cuando levantarse, cuando acudir al trabajo o volver a casa y cuanto tiempo debía trabajar. Cuando se inventó el reloj portátil, en los primeros años del Siglo XV, se pudo organizar mejor el tiempo y fue en las cortes reales el juguete más nuevo y caro. Príncipes y nobles se deleitaban organizando su día con él.
El reloj fue el primer mecanismo complicado que entró en los hogares, pero siguió siendo un costoso símbolo de prestigio hasta el Siglo XIX, en que las técnicas de fabricación en serie lo abarataron.

¡CurioSo!
A mediados del Siglo XVIII, la navegación oceánica se controlaba todavía por cálculos basados en la posición del Sol, la luna y las estrellas, como en tiempos de Colón, 250 años antes. Los astros indicaban la latitud de un barco o sea su posición al norte o al sur del Ecuador, con relativa precisión. Pero la longitud, que es la posición al este o al oeste, se calculaba por el tiempo transcurrido desde que el barco salía de puerto y se media con relojes de arena.
Este método tan impreciso provocaba inevitables errores de navegación, pues cada minuto de error podía desviar el barco hasta 15 millas de su rumbo.
Con el perfeccionamiento de relojes que marcaban la hora exacta, se pudieron programar con precisión las largas travesías por mar, lo que impulsó la realización de mapas detallados de los océanos.

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